Nadie está libre de sufrir un dolor de espalda. De hecho, los datos nos dicen que ocho de cada diez personas lo padecerán en algún momento de su vida. Sin embargo, no todos los dolores de espalda son iguales, y saber identificarlos correctamente puede ayudarte en su curación.
La duración, el tipo de dolor o la zona en donde se producen son algunos de los criterios que se emplean para diferenciar los distintos tipos y adecuar el tratamiento a sus características.
Una primera clasificación atiende a la duración del dolor. Si este es inferior a seis semanas, se considera que es un ataque agudo. Será un ataque sub-agudo cuando esta duración comprenda más de seis semanas y menos de tres meses. Cuando es superior a los tres meses hablamos de un dolor de espalda crónico. Existe además lo que se llaman dolor de espalda recurrente, que es cuando se producen episodios agudos sucesivos separados por periodos libres de síntomas de 3 meses de duración. Cada uno de estos tipos requiere de tratamientos diferentes, ya que sus causas normalmente también lo son.
Otra clasificación diferente es según el tipo de dolor que se produce. Existen tres clases diferentes: dolor mecánico, dolor inflamatorio y dolor neurológico. El primero de estos, el mecánico, es el más habitual. Se trata de un dolor que aumenta con el movimiento y que se reduce o desaparece con una corrección postural. Es un tipo de dolor que permite descansar por la noche y las causas más comunes suelen ser una afectación de los huesos, músculos o tendones.
El segundo tipo, el inflamatorio, se diferencia del mecánico en que no cede con el reposo, es un dolor continuo y el cambio de postura no ayuda a reducirlo. También puede mantenerse o incluso aumenta durante el descanso nocturno. Las causas más comunes suelen ser afectaciones de las articulaciones y las vísceras, pero también puede deberse a infecciones y mucho más excepcionalmente a un tumor.
Por último, el dolor neurológico se trata de un dolor en la zona de los nervios lesionados y puede describirse con un hormigueo o quemazón, que se potencia con el roce. Puede extenderse a las extremidades, alterar la sensibilidad y no cede con el reposo. Sus causas más comunes son el herpes zóster o una hernia discal que afecte a un nervio.
Además de estas clasificaciones, también podemos identificar diferentes tipos de dolor de espalda según las zonas a las que afecte. Cuando el dolor afecta al cuello y la parte más alta de la espalda decimos que se trata de un dolor cervical. Entre un 30 y un 40% de la población padecerá en algún momento un dolor de este tipo, que además suele ir acompañado de una disfunción y puede irradiarse a hombros, brazos y resto de la espalda. Suele durar menos de una semana y las causas más comunes son una mala postura o movimientos bruscos, repetidos o forzados. No es raro que venga también acompañado de dolor de cabeza, que mejora con la mejoría del dolor de espalda.
Cuando el dolor se produce en la zona media de la espalda, decimos que es un dolor dorsal, que normalmente está asociado a sobreesfuerzos o una postura incorrecta. Puede aparecer como un dolor de carácter moderado, que aumenta con el movimiento, causando limitación a las funciones y puede llegar a derivar también en dolor cervical. También puede estar debido a una afectación del nervio y aumenta mucho con el movimiento, incluso con una inspiración profunda.
Por último, está el dolor de la zona lumbar, la parte más baja de la espalda. Este es el más común de todos (alrededor de un 70% de los casos de dolor de espalda son de este tipo). En los pacientes más jóvenes, suele estar relacionado con posturas inadecuadas durante el trabajo, al estrés o a actividades deportivas. Un sobreesfuerzo también lo puede acabar produciendo. Pero con el paso de los años también se produce un proceso degenerativo de la columna, que acaba produciendo este tipo de dolor, por lo que es normal que con la edad también aumente la posibilidad de sufrir este tipo de afectación.
Miguel Ramudo
Content Manager Healthcare